
Música recomendada para escuchar mientras se lee este post: "Prohibido" de Callejeros.-
Estaba hablando con una amiga bloggera (Tati) y me vino a la mente un cuento que escribí hace un tiempo, "La Moral y las Apariencias". Así que decidí compartirlo, espero que les guste y como siempre, muchas gracias por pasar a visitar el Viejo Carromato.
La Moral y Las Apariencias
Cierto día la gente despertó con un único pensamiento, una misma idea, un mismo sentir. Y no me refiero solo a la gente de aquél lugar, no, me refiero a toda la gente, a la población completa del mundo íntegro.
Cada uno había soñado lo mismo, y su instinto les indicaba exactamente una señal: todos iban a morir. Los diarios, la televisión y la radio no hablaban de otra cosa y el caos sólo reinó por un par de horas. Cuando hasta el último optimista estuvo convencido, el verdadero rey tomó el poder: el sexo. Por las calles podía verse gente desnuda sin ningún tipo de pudor, los ejecutivos penetrando fervientemente a sus secretarias, las primas y tías cometiendo incestuosos encuentros con sus sobrinos adolescentes y sus ahijados en plena pubertad, las cuentas pendientes, las fantasías salvajes se veían realizadas. Tríos, orgías, violaciones eran moneda común en todo el mundo, donde no se distinguía género, raza, edad o religión alguna. Todo era calor, erotismo, pornografía pura y barata al alcance de cualquiera. Los escasos puristas y conservadores que quedaban rezagados se suicidaban sin remordimiento alguno, convencidos de estar en viaje hacia una vida mejor.
El joven caminaba ligero, pasó junto a una ex compañera de clase que era poseída por cinco obreros de la construccion entre polvo, barro y ladrillos rotos. Los gemidos, gritos y obscenidades rebotaban y viajaban por el aire, la brisa era densa, cargada de olor a sudor y a dulces delicias femeninas.
Llegó a la puerta, la abrió sin pedir permiso, le arrancó la ropa y alli mismo la hizo suya. Le gritó en la cara lo puta que era y tirándole fuerte del pelo logró hacerla acabar una y mil veces.
El día también acabó, y el siguiente tomó su lugar.
En las alturas, en alguna dimensión inalcanzable, desconocida, los Dioses reían. Todos, menos uno que permanecía sentado y con el ceño fruncido, se abrazaban y palmeaban entre carcajadas. Uno de ellos, el de las mejillas mas sonrojadas, se acercó al gruñón para decirle: "una apuesta la pierde cualquiera, te dije que si los asustabamos un poco todos reaccionarían igual y terminarían haciendo exactamente lo mismo"